Publicado el 24-11-2023 en UCC

Violencia de género: por una transformación cultural

Dialogamos con Lisa Solmirano, coordinadora del área de erradicación de la violencia contra las mujeres y niñas de ONU Mujeres Argentina

En el mundo, una de cada tres mujeres han sido víctimas de violencia física o sexual en algún momento de su vida. En 2021, unas 45.000 mujeres y niñas murieron a manos de sus parejas u otros familiares, lo que significa que, por término medio, más de cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia.

El 73% de las mujeres han experimentado violencia en línea, un 23% fueron acosadas o abusadas en internet y el 90% de los casos de distribución digital de imágenes íntimas no consensuadas fueron sufridos por mujeres.

Estos son solo algunos datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que reflejan la gravedad de la situación. Son muchos los avances en esta materia, pero las estadísticas muestran que falta mucho todavía.

“La violencia de las mujeres es una de las violaciones a los derechos humanos más extendidas en el mundo”, así lo explica Lisa Solmirano, coordinadora del área de erradicación de violencia contra las mujeres y las niñas para ONU mujeres en Argentina. En el marco del Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, conversamos con ella para que nos cuente sobre la situación en nuestro país, los avances y desafíos que tenemos para erradicar la violencia contra las mujeres, y como podemos sumar para el cambio.

¿Cuál es la situación actual de este flagelo en el mundo y en nuestro país?

Que a nivel mundial una de cada tres mujeres señale haber sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida, y en general desde edades muy tempranas, da una señal de cómo es esta problemática. Es un fenómeno que a nivel mundial en la última década no ha retrocedido demasiado pese a que esta cuestión ha ganado más visibilidad en la agenda pública. El derecho a vivir vidas libres de violencias es uno de los elementos principales para que las mujeres avancen en su autonomía económica, política y física pero se trata de una pandemia por el tipo de extensión que muestra.

Particularmente en Argentina, se realizó junto con el Ministerio de las Mujeres, género y diversidad una iniciativa, con apoyo de la Unión Europea, que abordó la problemática de las violencias a través de diferentes pilares de actuación. En este marco se realizó una encuesta de prevalencia en 12 aglomerados urbanos, que es aproximadamente la mitad de las provincias de nuestro país y se detectó que el 45% de las mujeres experimentó algún tipo de violencia en el ámbito doméstico, lo que muestra la extensión que tiene este fenómeno. De este 45%, la modalidad de violencia más denunciada fue la psicológica, seguida de la patrimonial o económica, después con un 23%, la violencia física y luego la violencia sexual.

Esto teniendo en cuenta que hay un amplio margen de casos que no se denuncian y otros que no se declaran porque no se reconocen estar atravesando situaciones de violencia. Muchas veces cuando se denuncia es porque ya se ha llegado a la instancia de violencia física.

Este es el escenario que lamentablemente recrudeció con el Covid y que todavía se intenta recuperar. Con la pandemia se retrocedió mucho de lo que se había avanzado y el hecho que muchas mujeres hayan perdido sus trabajos por el confinamiento, que tengan que convivir con el agresor por dependencia económica, muestra que ese fenómeno está latente y se ven los efectos de ese impacto en la vida de las mujeres.

¿Cómo impactan los factores de exclusión en el riesgo de ser víctima de violencia?

En esta encuesta las dos provincias que mostraron los índices más altos de violencia son Salta y Jujuy, seguidos bastante más atrás por Santa Fe. Los actores más vulnerables y más pobres tienen una tendencia, una ocurrencia más alta y lo que ayuda a entender es ver la violencia desde la perspectiva de la interseccionalidad. Es decir, ver cómo diversos factores de discriminación generan un impacto mayor. No es lo mismo una mujer de clase media, profesional con recursos para solicitar asistencia o reconocer que atraviesa esa situación que una mujer migrante, pobre, sin estudios, madre a cargo de sus hijos sola. Los fatores de exclusión y discriminación aumentan el riesgo de ser víctima de violencia. Uno de los escenarios en los que se genera violencia es lo virtual.

Recientemente se aprobó la ley Olimpia que justamente aborda la problemática de la violencia digital y reconoce que es una modalidad de violencia de género que tiene consecuencias reales. Desde ONU Mujeres partimos de la premisa de que lo virtual es real. De hecho, una de las principales problemáticas en los últimos años, por la incidencia que tienen las redes sociales y el entorno digital en general, es que se ha incrementado mucho la agresión y los abusos en estos espacios.

En Argentina, el 40% de las mujeres declara haber sido acosada en línea o haber recibido algún tipo de agresión en algún medio digital.

Muchas veces las mujeres que más se exponen a este tipo de violencias son mujeres que trabajan en el ámbito público como activistas, políticas, periodistas. Este tipo de violencia tiene como principal objetivo disciplinar, amedrentar y en muchos casos, como consecuencia, muchas bajan su perfil y disminuyen su activismo, es decir, terminan silenciando sus voces.

¿Cuáles son los principales desafíos?

Lo principal es una transformación cultural y generalmente los cambios culturales son los de más largo plazo. Necesitamos una transformación de las normas de los patrones culturales que justifican, en cierta forma, la violencia contra las mujeres. Tiene que ver con los estereotipos de género y con la discriminación histórica que ha sufrido por ser fundamentalmente considerada como la cuidadora por excelencia reduciéndose así el ámbito de la mujer al hogar, a lo reproductivo. Uno de los pasos fundamentales para transformar tiene que ver con abordar estos estereotipos y discriminación histórica a través de políticas afirmativas que promuevan mayor autonomía, participación y empoderamiento de manera igualitaria en todas las esferas de la vida: social, pública, cultural.

Disminuir las brechas de género va a contribuir a reducir la violencia porque sociedades más igualitarias van a favorecer una disminución de la violencia. Necesitamos afrontarla desde acciones de prevención, no solamente desde la asistencia que es un factor fundamental, pero es cuando ya ocurrió el hecho. Necesitamos evitar la ocurrencia.

También es importante trabajar con masculinidad, todos aquellos patrones culturales patriarcales obviamente también generan un impacto negativo para los varones que tienen que cumplir con ciertos estándares o normas y que muchas veces también les afecta en sus vidas.

También es importante trabajar en lo que respecta a la salud mental. Las mujeres que han atravesado situaciones de violencia tienen un impacto traumático y esto requiere atender la problemática de una forma integral y a veces la salud mental queda en último lugar.

Campaña ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres

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