Publicado el 12-08-2025 en UCC
"La esperanza es más grande que los desafíos”
Para Julio Navarro, experto en pedagogía ignaciana, la virtud teologal es una potencia de la identidad jesuita para discernir la compleja realidad de la educación.
Julio Navarro es magíster en Educación, licenciado en Psicología y rector del colegio mendocino San Luis Gonzaga, de la Compañía de Jesús, como nuestra Universidad. De visita en la UCC para brindar una capacitación a nuestros equipos de gestión y docentes sobre el impacto de la pedagogía ignaciana en el currículum, le preguntamos acerca de la identidad jesuita y los desafíos educativos del presente.
-¿De qué manera la identidad jesuita y la pedagogía ignaciana deben impregnar el currículum en las instituciones educativas de la Compañía de Jesús?
-Pensamos que en lo que se propone en el currículum viaja fundamentalmente la identidad. Por eso es necesario reflexionar acerca de qué currículum estamos ofreciendo en nuestras instituciones, desde qué miradas lo estamos pensando para que exprese las distintas músicas (las distintas disciplinas) pero ensambladas en la melodía central que es lo propiamente jesuita o ignaciano. Si eso no se logra, si no hay sinfonía, puede generar fragmentación. Cabe muy bien pensar qué currículum estamos pensando y ofreciendo, porque, como dije recién, puede estar en sintonía -más o menos- con la antropología de fondo que queremos promover; es decir que el currículum respete la autonomía, la especificidad y lo propio de cada disciplina -ya que así se mueve y se desarrolla la ciencia, el conocimiento, la tecnología-, pero que lo haga, en el caso nuestro, al servicio de la persona, del bien común y abierto a la trascendencia, por hacer un resumen apresurado de una antropología ignaciana o cristiana. Si no hay sinfonía hay fragmentación.
-¿Qué consecuencias puede tener la fragmentación?
-Los currículums repercuten en la formación de las identidades personales. Entonces, si enseño fragmentado promuevo fragmentación existencial, la de una persona que en un ámbito de su vida tiene una mirada muy humanista, pero, a los cinco minutos, en otro ámbito, en el profesional, por ejemplo, tiene una mirada salvaje y anti-humanista.
-Estamos en una época en la que muchas cosas están en crisis. El Papa Francisco decía que estamos “no en una época de cambios, sino en un cambio de época”. ¿También la educación está en crisis? ¿Es necesario hacer una relectura de lo que implica la tarea pedagógica?
-Sí. Creo que sí, pero sí como una oportunidad. Si en este cambio de época, desde lo educativo no somos capaces de “aggiornarnos” al contexto y sobre todo mirar al futuro, quedaremos desfasados. La educación tiene que tener la capacidad de ir un paso más adelante respecto de la mirada del futuro, porque educamos para el futuro y, en ese sentido, nuestra identidad ignaciana no tiene derecho a no mirar el futuro con esperanza. Entonces, sí; estamos en una crisis, pero es una crisis atravesada por la esperanza, es una esperanza de que la historia en la que creemos es historia de salvación y que ciertamente hay desafíos que son enormes, hay aspectos que son inaceptables, pero también hay un montón de aspectos del desarrollo humano, desarrollo social, que son hermosos; y junto con eso, desde nuestra perspectiva, sabemos que la esperanza es más grande que los desafíos. Entonces, volviendo a tu pregunta, creo que estamos como provocados a no quedarnos estacionados en viejos modelos pedagógicos y curriculares y, a la vez, asumir el camino andado y no olvidarnos de las raíces, porque en ese humanismo cristiano del cual ha bebido la pedagogía ignaciana hay permanencias antropológicas que no podemos soltar. Entonces, se trata de mirar al futuro bien, con raíces y con alas, bien arraigados en nuestra identidad, que es una identidad innovadora y que se asienta en ese humanismo que en los aspectos fundamentales no cambia.
-¿Cuáles son los aspectos de la pedagogía ignaciana o de la identidad jesuita que más ayudan para lograr el objetivo de educar en la esperanza?
-Creo que la pedagogía ignaciana parte del contexto. Es una linda cosa mirar al contexto y mirarlo con ojos lúcidos, críticos pero no “criticones”; lúcidos para poner a la persona en el centro, eso en lo que el Papa Francisco insistía cuando invitaba al “pacto educativo global”: la cultura del encuentro. Nos gusta pensar la cultura del encuentro por lo menos en cinco dimensiones: el encuentro con uno mismo; el encuentro con los demás; el encuentro en el contexto de la creación, de las cosas creadas; el encuentro con Dios y, finalmente, el encuentro en el ámbito universitario con el conocimiento que también humaniza y que se hace servicio, el conocimiento que se desarrolla en el ámbito universitario y que se concreta el día de mañana en el mundo del trabajo, en el servicio social. Entonces, creo que en este contexto hay que hacer la experiencia (“experiencia” es otra palabra muy querida para la pedagogía ignaciana) de que el encuentro en estas cinco dimensiones es lo que nos humaniza y lo que, en definitiva, marca el pulso y da la dimensión de la realización personal. Es ofrecer a la comunidad grande y a la comunidad pequeña lo más lindo que tenemos frente a propuestas más consumistas o más de uso y descarte o más de “sálvese quien pueda” y de competitividad, ofrecer el encuentro, la colaboración. Por eso, cuando el Papa Francisco insiste tanto en la cultura del encuentro, creo que nos está devolviendo la síntesis de la cosmovisión ignaciana del hombre y de la sociedad.
-Hay una pregunta que se presenta como tentación al docente o al maestro “ignaciano”: ¿Es posible poner en práctica la “cura personalis” en un curso de 40 estudiantes o en una institución de 800 alumnos y alumnas?
-Sí, es posible. Evidentemente, la “cura personalis” se da de una manera en el “uno a uno”, de otro, en el “uno contra 40”, y de otro modo en el “uno frente a 800”. Los recursos humanos tendrán que variar, los dispositivos también son diversos; pero me parece que ya desde el modo de proceder, desde el modo de mirar, de vincularse con el otro, en el tono de la conversación y demás, se da una “cura personalis” o se da una relación más de dominación, de una asimetría mal entendida. Si en el tono de nuestros vínculos institucionales lo que manda es que el que tengo delante es mi hermano, en un rol particular como estudiante, entonces ya lo estoy cuidando, le estoy dando su adecuada entidad. Pero, además, hay que profesionalizar eso con recursos y con instrumentos adecuados para atender situaciones más delicadas, ver y actuar en el “caso por caso”, etcétera. Pero insisto con que la “cura personalis” en buena medida tiene que ver con la cultura institucional.
-¿Cómo debe ser, en las instituciones educativas jesuitas, el proceso de vinculación de las y los docentes que vienen de otra “cultura” pegadógica, con los valores de la pedagogía ignaciana? ¿Cómo debe darse ese vínculo de la institución con el o la docente para prepararlo o prepararla para -digamos- abrir esa puerta?
-Vuelvo a lo que terminé diciendo recién de la cultura institucional: Me parece que la cultura institucional dice mucho y contagia y da un marco rápidamente para el docente que se está incorporando a una institución jesuita. Yo puedo tener muchos documentos escritos y hacer una gran inducción respecto de la “cura personalis”, por ejemplo; pero si la cultura institucional es de dominación, de autoritarismo, de maltrato y demás, lo otro queda en palabras. Por el contrario, puedo no tener dispositivos de inducción o de orientación sobre la “cura personalis”, pero en el clima y en la cultura institucional reina el buen trato, el humanismo del vínculo, entonces tengo lo más importante. Supuesto esto, que es lo más importante (una cultura y un clima de cuidado), me parece que hay principios que tienen que estar en un proceso de inducción de un docente que se suma a nuestras instituciones educativas, en donde tengo que poder decir y aclarar lo que es el cuidado del otro y lo que espero, por lo menos en el ABC. Voy a lo más evidente, pero una cultura del cuidado y de la prevención de cualquier tipo de abuso tiene que estar protocolizada, tiene que estar comunicada, aceptada y rápidamente tengo que poder asegurar en un mapa institucional de riesgos, como nos gusta decir ahora, que no solo no voy a promover, sino que voy a prevenir cualquier tipo de abuso. Eso es lo primero. Y después, no solo prevenir abuso, sino promover encuentros. Entonces, de la misma manera o en la misma línea que están esos protocolos, habrá otros que sean más proactivos, más positivos, en donde promuevo una relación personalizada y personalizante que promueve el desarrollo integral de la persona que está estudiando. Es decir, que sean excelentes estudiantes o estudiantes de excelencia o con horizonte de excelencia humana y académica.
-¿Qué te parece que le dice la pedagogía ignaciana a la inteligencia artificial, a este tiempo de chicos con mucha pantalla, con mucho celular?
-Me imagino que lo que la pedagogía ignaciana dice o piensa ante estas cosas es que son una oportunidad. Es decir, una mirada jesuita sobre estas cosas, lejos de escandalizarse o alarmarse, las ve como parte del desarrollo de la humanidad, parte del proceso, si querés, de una mirada más teológica de la creación. El “principio y fundamento” de Ignacio es que el hombre es creado y sigue siendo creado en un contexto en el que se va desarrollando y él es parte de esa creación y con las cosas que hace. Entonces, una mirada de oportunidad que, a la vez, no puede ser una mirada ingenua, porque hay riesgos y hay que mirar con ojos lúcidos. Entonces, para estos desafíos: ni el pesimismo ni la ingenuidad. Estamos ante herramientas poderosas y como toda herramienta poderosa, a la Inteligencia Artificial hay que manejarla con cuidado porque se puede hacer mucho daño, puede ser deshumanizante y generar una serie de cosas negativas. No solo a la inteligencia artificial, también a las pantallas en general, que estamos viendo que son nocivas y que, a la vez, bien usadas, bueno, son muy interesantes.
-En el San Luis Gonzaga, ¿han tomado algún tipo de medida respecto del uso de celulares, de la inteligencia artificial?
-Sobre todo respecto de los celulares. Creo que la inteligencia artificial nos viene como sorprendiendo día a día y no hemos terminado de posicionarnos tan claramente respecto de eso. Pero sí con las pantallas. Hace dos o tres años venimos estudiando el tema; la biblioteca está un poco dividida. Creo que hemos visto que muchas de las promesas de potenciación del aprendizaje y el desarrollo que ofrecían las pantallas no se concretan. Sí vemos que hay elementos asociados a las pantallas que nos preocupan mucho. La privación social, el aislamiento, el ir de la mano de conductas más de tipo adictivas, de rasgos o de perfiles ansiosos o de tipo depresivo que pareciera que las pantallas terminan potenciando. Hace un tiempo en esta parte hicimos expresamente una opción por el tiempo de escuela como tiempo de encuentro sin pantallas que pueda capacitar para un buen uso de la pantalla pero que sea la oportunidad que tienen los chicos de mirarse a la cara, de resolver las cosas mirándose a los ojos, de aburrirse incluso, de jugar más analógicamente. Estamos contentos con esas decisiones. En la primaria no hay pantallas salvo la que se usa como mediación del docente, en algunos casos una pantalla más centralizada, el proyector o el televisor. Y en la secundaria hay teléfonos en la medida en que el docente previamente ha planificado un uso pedagógico del mismo y si no, se guarda al comienzo de la mañana en una caja con llave y se saca al final de la jornada con resultados, yo diría, sorprendentemente positivos. Un aval enorme, casi total de las familias, lo mismo de los profesores y una valoración de los estudiantes también muy positiva. En una encuesta muy reciente hemos consultado sobre cómo sienten que impacta esta medida de guardar la pantalla en los aprendizajes y en la convivencia y hay un 17 y un 18 % de los alumnos que consideran que el impacto es negativo; más de la mitad lo considera positivo, y al resto le parece indiferente. Pero chicos, adolescentes, uno podría presumir que van a oponerse porque es como que le sacás el dulce a un niño, pero lo valora muy bien. En los docentes y en los papás es amplísima la mayoría que lo valora positivamente. Entonces sí, creemos que es ofrecer como un espacio distinto para el encuentro que después fuera del colegio habrá que complementarlo con el uso de la pantalla.
-Tanto desde la universidad pública como desde la universidad privada se cuestiona el rendimiento o cómo llegan los chicos a la educación superior, con graves problemas de comprensión lectora, por ejemplo. ¿Cuál es tu mirada desde una institución que prepara a los chicos en el colegio secundario?
-Los datos son contundentes: la situación, en ese sentido, es crítica. Pero no podemos dejar de analizarlo en el contexto de una pospandemia. Los chicos que han sido evaluados en comprensión lectora y en resolución de problemas matemáticos son los chicos que estaban en primer año de la secundaria en el año 2020. Entonces, eso impacta negativamente, y se ve lo negativo más transversal porque impacta tanto en la educación de gestión pública como en la educación de gestión privada. Todos estuvimos metidos en la pandemia. Más allá de este fenómeno que nos atravesó a todos, sí se ve una brecha escandalosamente injusta entre buenos resultados en la educación de gestión privada y peores resultados en la educación pública. Es escandaloso e injusto. La educación de gestión privada debiera ser un espacio de opción libre de las familias que buscan una educación con alguna orientación particular que no puede dar la educación pública, pero termina apareciendo como un espacio para salvarnos de la mala calidad de la educación. A veces sucede así. Creo que los bajos resultados igualmente nos pegan en todos. Creo que se está trabajando, se está generando conciencia de la importancia de la alfabetización inicial, desde el nivel inicial, de los primeros años de la escolaridad en donde uno aprende a leer para después aprender leyendo, como dicen algunos por allí, a leer y a calcular. Y no dejar de mencionar las lesiones o la degradación de la trama social con este fenómeno de la pobreza, de la exclusión sostenida por años que hace que cuando estos contextos pobres tienen una pobre educación, la pobreza se multiplica o se profundiza. Es decir, hoy más que nunca necesitamos la mejor educación posible para los contextos más vulnerables, como posible llave -no mágica ni única, pero llave al fin- para romper ese círculo de pobreza y de exclusión. Y en ese sentido poder consensuar socialmente y ojalá políticamente y ojalá con los recursos que corresponden -también económicos- que la llave para el desarrollo de largo alcance está en el cuidado de la educación de todos y, especialmente, de los más vulnerables.