Publicado el 11-04-2025 en Posgrado

Diálogo sobre la vejez y el valor intrínseco de la ancianidad

Una conversación sobre el envejecimiento con el docente Diego Fonti desde una perspectiva ética y reflexiva

Diego Fonti es investigador del Conicet y de la Universidad Católica de Córdoba (UCC), en donde es también profesor de Antropología Filosófica y Ética en la Escuela de Posgrado. A la luz de situaciones recientes y de algunos textos suyos al respecto, entablamos este diálogo sobre la vejez.

Estamos en una época en la que aparecen diversas figuras sobre la vejez, con enfoques desde diferentes perspectivas. ¿Podemos sacar algunos aportes de la filosofía para analizarlo?

-Los cambios demográficos y tecnocientíficos han transformado mucho la visión de la vejez. Siendo excesivamente sintéticos, digamos que hay un doble movimiento: por un lado, una gran habilitación de capacidades, y por otro, una caída de la tradicional valoración de esa edad como algo importante para una sociedad (algo que se veía ya antes de la filosofía en Homero o en textos bíblicos como el Levítico, al decir que hay que “ponerse de pie ante las canas”).

Con respecto a la filosofía, Platón y Aristóteles les atribuyen un lugar especial en las discusiones sobre política y leyes, aunque también ven sin romanticismo los límites que vienen con la edad. Es decir, por motivos distintos a los actuales, también ven que van juntas la conciencia del límite y un tipo particular de posibilidades.

Más adelante, Cicerón agrega la refutación a quienes piensan la vejez solo negativamente (menos actividad, debilidad, pérdida del placer y angustia por la cercanía de la muerte), y argumenta que hay una transformación, imposible en períodos previos de la vida. O sea, las limitaciones revelan capacidades, pero sólo si las personas están en un marco de acompañamiento y condiciones sociales. Es el problema de nuestra época: tenemos condiciones técnicas y sociales nunca vistas antes, pero la injusticia social y económica las hace accesibles a pocos.

¿Tiene relación con las tensiones que vemos en los últimos tiempos respecto de las personas mayores, las jubilaciones, sus derechos, etc.?

-Sorprende que personas tan distintas como Simone de Beauvoir y el papa Francisco han identificado en la vejez actual el mismo peligro creciente: quedar “arrumbados” como “descarte” o “residuo”. Ya en décadas anteriores había decaído la valoración social de los ancianos, pero hoy estamos viendo algo notablemente más violento, que se refleja en el epíteto de “viejos meados”. Se radicaliza la versión despectiva de lo que se llama “ageism” o “edadismo”, no sólo porque la lógica de producción y utilidad imperante cuestiona la “improductividad” de ese grupo etario, sino porque las antiguas capacidades que la sociedad requería de los ancianos (memoria, prudencia, etc.), no parecen ya atendibles ni necesarias. A esto se suma una visión del ser humano que lo reduce a algo productivo, por lo que se endilga a la ancianidad la improductividad del “gasto”.

Por lo visto hay diferentes perspectivas en tensión. ¿Puede pensarse algún punto compartido para encontrar un consenso?

-La filosofía ha pensado mucho la finitud y la justicia. Creo que ambas perspectivas son necesarias para reflexionar sobre la vejez. Alguna vez usé como epígrafe de un trabajo sobre la vejez un fragmento muy fuerte de Juan 21:18: “cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”. Por un lado, la finitud puede significar pérdida de autonomía y una “pasividad del tiempo”, como diría Emmanuel Levinas, muy claras en la vejez. Pero, a la vez, es una demanda de reconocimiento de capacidades y autonomía, algo que podemos leer en el libro de Martha Nussbaum sobre el envejecimiento.

En clave de justicia son necesarios tanto ese reconocimiento de capacidades y el correspondiente apoyo social, como la conciencia del límite. Por ejemplo, en el ámbito de la bioética, un autor como Daniel Callahan nos hace pensar los límites justos y legítimos en las intervenciones en salud. Pero justos y legítimos, no irresponsables ni crueles. Ni mucho menos, con decisiones sometidas a criterios de mercado o lucro empresarial.

Para quienes todavía no somos viejos, ¿habría algún criterio para pensar estas cosas?

-De Beauvoir dice que nos cuesta vernos espejados en “los viejos que seremos”. Pero sería un buen ejercicio para identificar situaciones de injusticia o abandono que no desearíamos para nosotros. De nuevo, no lo planteo con una idea romántica, ya que imagino las reacciones de quienes preguntarán por qué garantizar esos derechos a personas que no hicieron los aportes correspondientes, o los que dicen que por qué deberíamos atender hoy a quienes jamás se preocuparon por otros en épocas pasadas, y cosas por el estilo. Mi primera respuesta sería que hay que evitar la crueldad y la crueldad de otros no puede ser habilitación para la nuestra. Pero, además, y volviendo a la finitud, porque sólo la construcción de vínculos solidarios nos garantiza una mínima protección ante nuestros propios límites.

Finalmente, pienso que hay algo del orden de lo “improductivo” e “inútil” que revela el valor de la ancianidad. ¿Por qué ha de ser lo productivo o útil el criterio fundamental? ¿No hay cosas o situaciones “improductivas” que son precisamente las que más sentido tienen en nuestra existencia? Son esas cosas, personas y situaciones que no se reducen a ser medio para fines, sino que valen por sí mismas.

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