Publicado el 21-04-2025 en Estrategia y Negocios
Perfil de Jorge Bergoglio: el Papa de la visión periférica
El “padre Jorge”, convertido en el Papa Francisco, sacudió los cimientos de la Iglesia con una mirada periférica, un lenguaje directo y una profunda opción por los pobres. Su papado marcó una revolución humanista que desafió al poder, dentro y fuera del Vaticano. Hoy, su legado plantea una pregunta urgente: ¿estamos listos para continuar lo que él empezó?
Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires 1936- Ciudad del Vaticano 2025) -el “padre Jorge” como se lo llamaba en su Argentina natal, antes de ser el Papa Francisco- desembarcó un 13 de marzo de 2013 en la Plaza de San Pedro, y en medio de una tarde-noche fría y lluviosa saludó a la feligresía con un inesperado pedido: “Recen por mí”.
Aquellas tres palabras fueron las primeras huellas del inicio de una era revolucionaria en la historia moderna de la Iglesia Católica. El Sumo Pontífice, líder católico y represente del poder Vaticano, se presentó al mundo como un “hermano más” -procedente del “fin del mundo”, como él mismo lo dijo ese día- para conducir una Iglesia que empezó a poner su foco en los más pobres y vulnerables.
Desde los primeros minutos de su papado, Bergoglio fue consecuente con su historia y sus elecciones de vida. Era hijo de inmigrantes italianos (su papá, empleado ferroviario y su mamá, ama de casa); estudió en una escuela técnica, y antes de entrar al seminario como novicio de la Compañía de Jesús, trabajó como técnico químico y profesor de Literatura y Psicología.
Como jesuita forjó un carácter tan firme como una espiritualidad de `pie en tierra´ que lo llevó a desarrollar una extensa carrera dentro de su orden. “Su insistencia en mostrar una Iglesia que no es una fortaleza cerrada sino una tienda de campaña capaz de agrandarse para recibir a todos, sin duda será su legado y el desafío que nos toca afrontar para seguir construyéndola”, dijo este lunes el padre Andrés Aguerre S.J., Rector de la Universidad Católica de Córdoba (ARG), una provincia donde Bergoglio desarrolló parte de su trayectoria como jesuita.
Militante de la periferia
Originario de un país periférico, Francisco era un verdadero militante de la mirada periférica del poder. "La realidad se comprende mejor desde la periferia que desde el centro", decía y aseguraba: “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales”. Esa convicción lo convirtió en un protagonista con voz potente e incómoda tanto para la propia institución que conducía, como para gobiernos y centros de poder privado.
Cuando ejercía de arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio era más popular en las llamadas ‘villas miseria’ (barriadas populares y humildes) que en las zonas de clase alta y media. El contacto frecuente con esta realidad lo llevó a crear en 2009, la Vicaría Episcopal para la Pastoral de las Villas de Emergencia. Consciente de la pobreza extendida en la Argentina, Bergoglio confrontó sin distinción con los gobiernos de todo el arco político de su país y fue duramente atacado. A lo largo de su papado, nunca regresó a su tierra, a pesar de que visitó cuatro de los cinco países que limitan con Argentina: Brasil ―su primer viaje al exterior, a tres meses de asumir, en 2013―, Bolivia y Paraguay en 2015 y Chile en 2018. No pocos analistas políticos aseguran que así logró mantenerse equidistante de la enorme grieta ideológica que pervive en su sociedad, y evitar el apetito de los políticos por capitalizar a su favor la cercanía que buscaban con Francisco. Él, no obstante agravios y confrontaciones, recibió a todos -desde Cristina Kirchner, pasando por Mauricio Macri y hasta Javier Milei- en su residencia de Santa Marta.
Entre el cielo y la tierra
Bergoglio reunía el perfil de un estratega geopolítico de mirada periférica, un soldado jesuita con valor para defender sus convicciones y un heredero del alma generosa y entregada a los pobres de San Francisco de Asís. Sin dudas, un combo que deja un legado aún indescifrable y que le valió muchas críticas (y hasta enemigos) por su gestión al frente de una de las instituciones más poderosas del mundo.
Confrontar no era problema para Bergoglio. “Espero que salgan a las calles y que hagan lío. Quiero que la Iglesia salga a la calle. Si la Iglesia no sale a las calles, se convierte en una ONG”, afirmó en los primeros pasos de su apostolado.
Sacudió a los líderes del mundo cuando les habló por primera vez de la “globalización de la indiferencia”, en la isla de Lampedusa (Italia) al alzarse en defensa de los millones de migrantes que en todo el mundo buscan un mejor destino. Hizo estallar el secretismo de la burocracia vaticana cuando en febrero de 2014 estableció la Secretaría de Economía para supervisar las finanzas de la Santa Sede (un mes antes un clérigo italiano de alto rango había sido acusado de lavar millones a través del Banco del Vaticano). Otorgó a mujeres religiosas el lugar que por mérito merecen en la estructura de la Iglesia (designó a la hermana Raffaella Petrini como gobernadora de la Ciudad del Vaticano; a la hermana Simona Brambilla como encargada de supervisar las órdenes religiosas católicas a nivel mundial; a la hermana Nathalie Becquart como co-subsecretaria del Sínodo de los Obispos; a la hermana Alessandra Smerilli como funcionaria número dos de la oficina de Desarrollo del Vaticano, responsable de cuestiones relacionadas con la paz y la justicia).
A través de la encíclica Laudato Si, fue muy claro en relación a la importancia del desarrollo sustentable: “El mal uso de los recursos naturales y los modelos de desarrollo no inclusivos y sostenibles siguen teniendo efectos negativos sobre la pobreza, el crecimiento y la justicia social; además, el bien común se ve amenazado por actitudes de excesivo individualismo, consumismo y despilfarro”. E insistió: “La Laudato Si no es una encíclica verde: es una encíclica social. No olviden esto”.
Para Bergoglio, la política era una herramienta para promover la justicia social y esa concepción le significó que lo etiquetaran como “un papa peronista”. Sin embargo, él se definió al respecto: “Nunca estuve afiliado al partido peronista, ni siquiera fui militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso es una mentira", dijo en el libro El Pastor (NdR: autores Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti), sobre su vida. Sin embargo, y como buen jesuita, Francisco no le escapaba a la política: "Que sí, que estoy haciendo política. Porque toda persona tiene que hacer política. El pueblo cristiano tiene que hacer política. Cuando leemos lo que decía Jesús comprobamos que hacía política. Lo que no hago, ni debe hacer la Iglesia, es política partidaria”, defendió.
Para teólogos, vaticanistas y partidarios de una Iglesia menos terrenal, Bergoglio fue una rara avis que se arriesgaba en temas resbaladizos, incluso hasta para la propia historia del Vaticano. "No condeno el capitalismo como me adjudican algunos. Tampoco estoy en contra del mercado. El problema económico más acuciante hoy es que priman las finanzas", decía. Y profundizaba: “En cierta forma, el capitalismo es algo casi del pasado. Por supuesto que una cosa es el ahorro, la inversión, tan importantes para producir y generar trabajo. Pero otra cosa es la especulación, que es en mi opinión como el sarampión del ahorro y la inversión".
En manos de este jesuita, la diplomacia vaticana en un mundo cada vez más dislocado y proclive a los populismos y dictaduras, también estuvo en el punto de mira de las críticas. Condenó “el genocidio contra el pueblo ucraniano” pero instó a Ucrania a ondear la bandera blanca y promover las negociaciones. Meses antes de su muerte, alzó su voz contra la guerra en Gaza y condenó la respuesta militar de Israel frente a Hamás. Desde Latinoamérica, muchos católicos hubieran esperado de su parte una actitud más firme frente al gobierno de Nicaragua, a pesar de que finalmente tildó de “dictadura grosera” al gobierno de Ortega-Murillo. Otros cuestionaron su respaldo al deshielo de las relaciones Cuba-EE.UU, a las negociones de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC y entre el régimen de Maduro y la oposición.
"No somos agua y aceite, somos hermanos. Entonces debemos salir de la categoría del agua y del aceite e ir hacia la fraternidad”, decía Bergoglio; un paradigma claramente revolucionario en un mundo que se está volviendo dicotómico y excluyente.
UNA VIDA DE LEGADO Y SERVICIO
El padre Jorge, Francisco, el primer jesuita Papa, el primer Papa latinoamericano, el hijo de italianos amante del fútbol (su corazón pertenecía al club San Lorenzo de Almagro), el “profe” de Psicología amante del tango y el cine, el cura amigo de los jóvenes a los que instaba a “hacer lío”, ya ingresó a los capítulos más trascendentes de la historia.
Probablemente, más allá de lo que logró (para su Iglesia y la sociedad en su conjunto), lo trascendente son los desafíos que dejó planteados y las puertas que abrió hacia la “revolución que pone a la persona en el centro, nadie al margen de la vida”, como él decía.
¿Están la Iglesia, los católicos y el mundo en su conjunto listos para recoger ese legado?
Medio Publicado: Estrategia y Negocios
Temática: UCC
Autor/Redactor: Norma Lezcano
Fecha de Publicación: 21-04-2025