Publicado el 23-02-2024 en La Voz del Interior

La cuestión de vivir en tiempos acelerados

Vivir acelerados no es bueno, es sinónimo de vivir estresados, y ya sabemos que esto, en general, ocasiona daños.

Por José G Funes S.J. (*)

Vivimos en un planeta acelerado dentro de un universo acelerado, y no nos damos cuenta. En efecto, el universo se expande aceleradamente debido a la energía oscura; la Tierra, en su órbita alrededor del Sol, experimenta la aceleración de su fuerza gravitatoria. Pero tal vez lo peor que nos puede pasar es que no seamos conscientes de que vivimos en una cultura sujeta a cambios acelerados. Vivir acelerados no es bueno, es sinónimo de vivir estresados, y ya sabemos que esto, en general, ocasiona daños psicosomáticos.

Hace unos meses pasó por debajo del radar mediático parte de una entrevista que la agencia Télam hizo al papa Francisco. A la pregunta “¿cómo observa este acelerado desarrollo tecnológico, incluida la inteligencia artificial, y cómo cree que puede manejarse desde un punto de vista más humano?”, Bergoglio respondía: “Me gusta el adjetivo ‘acelerado’. Cuando algo es acelerado, me causa preocupación, porque no tiene tiempo de asentarse. Cuando los cambios vienen acelerados, no tienen tiempo suficiente los mecanismos de asimilación, terminamos siendo esclavos. Y es tan peligroso ser esclavo de una persona o un trabajo como ser esclavo de una cultura. La pauta de un progreso cultural, entre ellos la inteligencia artificial, es la capacidad que tengan el hombre y la mujer de manejarlo, asimilarlo y regirlo”.

En tiempos acelerados, las sabias palabras del Papa pueden ayudar aun a aquellas personas que no son católicas y que buscan, como yo, dar sentido a lo que nos pasa en esta vorágine cultural.

Escuchamos frecuentemente “el cambio es todo o nada”. Me parece que esta expresión refleja una ideología que busca transformar a la sociedad y a las personas con violencia, es decir, sin respetar los tiempos de los procesos sociales y personales.

Debemos cambiar –convertirnos, en términos espirituales, ahora que estamos en Cuaresma– pero teniendo el cuidado de que las ideas no destruyan a las personas más vulnerables, deteriorando además las relaciones sociales entre los distintos actores que conforman el tejido social.

Quienes llegamos al sexto piso de la vida recordamos dolorosamente que en Argentina existieron “iluminados”, de izquierda y de derecha, que quisieron transformar la realidad apelando a métodos de extrema violencia. Necesitamos bajar un cambio, como dice el refrán: “Voy despacio porque tengo prisa”. En el desafío de pacificar el país, no todos tienen la misma responsabilidad. Gobernantes, dirigentes políticos, sindicales y religiosos deberían ser capaces de dar el tono.

Confieso que en las últimas semanas me parecen parte de un episodio de Black Mirror. Me cuesta diferenciar la realidad virtual, aumentada, de los portales de noticias “serios y objetivos”, de las redes sociales y los memes que relatan una historieta épica de batallas con molinos de viento que consumen enormes recursos humanos y económicos, mientras van quedando por el camino hermanos nuestros que el sistema expulsa, ofreciéndolos en sacrificio al dios del déficit cero que nos salvará de todos nuestros males.

A veces me pregunto: ¿no es que somos parte de un experimento social en el que se quiere probar hasta qué punto un pueblo díscolo se puede disciplinar haciéndolo “entrar en razón”? ¿No será que “los que cortan el bacalao” quieren verificar o falsear el límite de manipulación de la gente a través de la utilización de unos algoritmos?

Una educación que favorezca el pensamiento crítico será un obstáculo, porque hará verdaderamente libres a las personas. Pero antes de poder comprender un texto o de pensar en categorías científicas y filosóficas, los jóvenes necesitan estar bien alimentados y los docentes, bien pagados.

Alguno me dirá por qué no hablaste antes. Mala mía, tal vez porque no percibía la angustia social de quienes tienen que hacer horas de cola para registrar una tarjeta Sube o de quien no sabe cómo se las arreglará la semana que viene para sobrevivir. Me gusta terminar mis homilías o escritos con una palabra de fundada esperanza. Hoy no puedo.

A veces nos queda sólo acompañar el dolor con el silencio y la oración. Tal vez puedan darnos un poco de solaz las palabras de la querida María Elena Walsh en Canción de caminantes: “Porque el camino es árido y desalienta. Porque tenemos miedo de andar a tientas. Porque esperando a solas poco se alcanza. Valen más dos temores que una esperanza”.

  • Jesuita; doctor en Astronomía; investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba; exdirector del Observatorio Vaticano

Medio Publicado: La Voz del Interior

Temática: UCC

Autor/Redactor: José G. Funes, S.J.

Fecha de Publicación: 23-02-2024