Publicado el 27-06-2023 en Bichos de campo

Bioquímico propone crear una Ruta del Arsénico

Fernando Manera es bioquímico y profesor de Eco-Toxicología en Universidad Católica de Córdoba, donde enseña sobre los efectos de compuestos químicos tóxicos sobre los seres vivos. Además, es asesor y director técnico de empresas y municipios que distribuyen el agua potable en la misma provincia.

Manera explica que la Argentina posee y exhibe con orgullo sus rutas turísticas y gastronómicas, sus caminos del vino, de las artesanías, del adobe, de los lagos y las estancias jesuíticas. Pero advierte que también tiene otra ruta, ignorada y escondida, que es la que ha llamado “La Ruta del Arsénico”, una vasta zona de nuestro territorio con una abundante presencia en el agua de este elemento.

“Más de 10 millones de argentinos ingieren (arsénico) todos los días, y que por lo menos tres millones de ellos lo hacen en alta proporción”, sentencia.

En sus conferencias, charlas y clases, este profesional muestra un mapa de nuestro país donde se puede ver una larga medialuna “mortal”, que se extiende desde la Cordillera salteña hasta el norte de La Pampa, pasando por Chaco, Santa Fe y Córdoba. Es la zona en partes más o menos afectadas por el arsénico.

Dice que esta “es una de las ‘rutas’ más extensas del mundo, y su presencia se debe a la actividad volcánica que tuvo la Cordillera de Los Andes”.

“Como esa superficie del país afectada coincide con muchas zonas de producción agrícola, se pretende involucrar a los fitosanitarios como causantes de las enfermedades. Pero en realidad responden más a elementos de contacto diario de las poblaciones, como el arsénico en agua, o químicos colorantes y conservantes de algunos alimentos o productos, ya prohibidos en otros países”, sentencia este estudioso.

Agrega que el arsénico afecta, con distintos niveles, a Jujuy, Formosa, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Buenos Aires, San Juan, Mendoza, San Luis y Chubut. “Otras regiones no aparecen en este mapa por falta de datos y no porque se tenga seguridad de la ausencia de arsénico en grado significativo”, remata el profesional.

-¿Y se puede salir de este flagelo?

-El país necesita realizar millonarias inversiones en infraestructura para poder proveer agua potable en las provincias donde más afecta el problema. El arsénico es un compañero invisible y letal que acompaña a buena parte de los habitantes de este país durante toda su vida. Se instala en los cuerpos de los argentinos ricos y pobres, de niños y ancianos, en los habitantes de las villas miseria y de los departamentos y countries más caros. Millones lo van acumulando en sus organismos a lo largo de los años, sin enterarse siquiera, porque es un residente asintomático, que no provoca fiebres, ni dolores, ni otras evidencias físicas más graves hasta que ya ha hecho daño, y a veces, mucho.

Yendo a lo particular, Manera dice que pueden observarse algunas señas particulares en comunidades aborígenes: “Muchos niños Qom tienen manchas de otro color en el pelo. Esto se debe a la acción del arsénico (sugiere ver el archivo de Sergio Cejas). Los niños de la comunidad Qom ‘El Salado’, en el Noroeste de la provincia de Chaco, tienen mechones rubios y rojizos que resaltan en sus cabelleras”.

“Los médicos e ingenieros agrónomos que trabajan en aquella zona, conocen bien el motivo de esas coloraciones. El arsénico está presente en una alta proporción en el agua de los aljibes y los pozos de los que se nutre esa población. No sólo es considerado uno de los principales responsables del pésimo estado de las dentaduras de los miembros de aquellas comunidades, sino que también se lo considera un inmunodepresor que juega un rol clave en el elevadísimo número de muertes de mujeres por cáncer de útero, con uno de los índices más altos en el mundo”, amplía.

Pese a la dimensión que tiene el problema y a las numerosas advertencias de los estudiosos que monitorean distintos rincones del territorio nacional, los miles de muertes silenciosas continúan sin ocupar un lugar expectante en la agenda política, económica y sanitaria de Argentina. Se ha demostrado que la ingeesta de arsénico tiene efectos cancerígenos, hepáticos, renales, intestinales, dermatológicos, cardiovasculares, pulmonares y reproductivos, entre otros.

Por ejemplo, millones de consumidores diarios de agua contaminada contraen el llamado Hidro Arsenicismo Crónico Regional Endémico (HACRE). Es una enfermedad fácilmente identificable por el tipo de lesiones que provoca en la piel y por diversas alteraciones, cancerosas o no.

El arsénico se detecta en sangre, orina, pelo y uñas, se manifiesta con lesiones en la piel: hiperpigmentación, hiperqueratosis, verrugas, melanosis, leucodermia (aparición de manchas claras), carcinoma de células basales y una alta incidencia de cáncer de vejiga y uretra. Hay estudios que demuestran que los chicos son más sensibles y que el arsénico afecta la actividad locomotora y el aprendizaje, la atención, la comprensión verbal y la memoria a largo plazo.

Luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló hace pocos años que el límite aconsejable de arsénico en agua para consumo humano no debe superar el 0,01 miligramo, millones de argentinos continúan bebiendo agua con índices superiores.

En 2007, la Administración Nacional cambió el Código Alimentario para bajar el tope de arsénico, que estaba en 0,05 miligramos, a la cifra pretendida por la OMS. Estableció que a partir de 2012 todas las provincias argentinas debían bajar su tolerancia de las aguas con arsénico al 0,01. Al día de hoy, cumplido el plazo, ninguna provincia alcanzó la meta. Es más, tenemos muchos lugares donde es más de 0,05 y hasta más de 0,2.

“Hay un silencio perjudicial –continúa el bioquímico-. Más allá de las discusiones sanitarias, existe un motivo poderoso que explica por qué el problema no es prioridad en la agenda del Estado Nacional ni de los gobiernos de turno: son los costos. Disminuir la presencia de arsénico en el agua que toman millones de argentinos todos los días requiere una inversión millonaria y constante en infraestructura. Y no es un tema que resulte tan atractivo para los políticos como los torneos de fútbol, las obras públicas monumentales o los carnavales”.

“Además mucha de esa inversión debería quedar a cargo de municipios o pequeñas cooperativas de agua que no podrían afrontarla sin un programa de apoyo provincial o nacional. Para controlarlo se debe instalar plantas de ósmosis inversa, que son caras y también caro su mantenimiento. Pero considero que nada es imposible para un gobierno provincial o nacional”, se anima a afirmar Fernando.

“Todo riesgo que un elemento químico pueda implicar se basa en una ecuación: la toxicidad del químico, por el tiempo de contacto. Puede tener baja toxicidad, pero si es alto su contacto, el riesgo se eleva. Imagínense –dice Manera-, el ‘Arsénico IARC Clase I’, tomado continuamente durante días, meses y años, cuando es cancerígeno”.

El profesional nos indica cómo se deberían controlar los niveles de arsénico en el agua: “Cada planta de envasado de agua debe tener un director técnico habilitado y efectuar controles semanales de calidad. Hay habilitaciones municipales que no tienen nada de esto, ni exigen nada. Todo pueblo o ciudad por ley debe hacer estudios microbiológicos mensuales y físico químicos, cada 3 meses, 6 o anualmente, dependiendo del número de habitantes servidos”.

En los hogares, en tanto, “hay que controlar que el agua envasada sea de calidad, porque hay lugares que llenan con agua de la canilla, y así la venden. Los equipos filtrantes caseros o familiares tienen el problema de ser caros para la mayoría de la población y se ignora que la unidad filtrante se debe cambiar cada tanto, porque cuando se satura, deja pasar el agua como le llega. Debe tener en el rótulo: el nombre, la dirección y fecha de envasado y de vencimiento. Además, tener RNE (Registro Nacional de Establecimiento) y RNPA (Registro Nacional de Producto Alimentario)”.

Fernando Manera es director del laboratorio de alta complejidad, MicroBioLab, de análisis de aguas, alimentos, químicos ambientales, plaguicidas y otros, junto a un equipo integrado por su hija y su yerno, también bioquímicos, y otros técnicos. Dirigen una planta de envasado que tiene planta de ósmosis inversa, manejando parámetros físico químicos normales. Allí bajan la concentración de sales a niveles óptimos, y con equipo de envasado con ozono para eliminar totalmente cualquier bacteria.

Es referente obligado en cuestiones vinculadas a la salud pública y a los riesgos a los que nos vemos expuestos en nuestros hogares, en la escuela y en nuestros lugares de trabajo, tanto en el campo como en la ciudad. Ha dicho: “Me interesa informar y educar a la población sobre los peligros de nuestras propias acciones y productos. Si eso incomoda a fundamentalistas ambientales, políticos o dueños de grandes empresas químicas me tiene sin cuidado”.

Su libro “Una amenaza invisible”, lleva tres ediciones y en él volcó muchos años de investigaciones y de contrastación de datos, para ponernos en alerta sobre los peligros del mundo químico en el que vivimos, con el que estamos en interacción permanente, y a los riesgos a los que nos exponemos, principalmente las embarazadas, los bebes y los niños. En el mismo aportó datos concluyentes para que ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) obligara a las empresas farmacéuticas a abandonar el uso del agroquímico conocido como “Lindano” en las composiciones antipediculicidas.

En esa misma senda, viene gestionando la prohibición del uso del “Bisfenol A”, un componente de algunos plásticos, sobre todo en artículos de uso pediátrico como mamaderas, platos, vasos y chupetes.

Manera es miembro fundador y primer presidente de la Asociación de Bromatología, Ambiente y Zoonosis de la Provincia de Córdoba, miembro de la Asociación de Toxicología y Ambiente, del Círculo Médico de Córdoba, fue director del Departamento de Bromatología y Ambiente, y Subsecretario de Salud y Prevención Comunitaria. También confeccionó el “Manual para Elaboradores de Alimentos”, que se puede descargar gratis, de internet.

Desmitifica el llamado “Primer Mundo”, cuando dice que “Dinamarca es capital del cáncer en el mundo, seguida por Francia y Noruega. Le sigue toda Europa, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y, luego de otros países, recién está Argentina y Brasil”.

En este sentido, afirma que “hay que salir de la ‘histeria’ de querer vivir en un mundo estéril. La clave es educarnos para vivir en mundo limpio y feliz”, culmina este bioquímico incansable que libra una lucha contra la ignorancia masiva, respecto de los elementos tóxicos en el ambiente.

Medio Publicado: Bichos de campo

Temática: UCC

Autor/Redactor: Esteban López

Fecha de Publicación: 27-06-2023